La revolución de la pareja

Parece que por fin hemos aceptado que la vida es un gran camino de aprendizaje y que aquellas cosas que debemos asimilar dependerán, a priori y en gran medida, del tipo de relaciones que seamos capaces de establecer con otros individuos. Y no hay otra forma de hacerlo, pues privarnos del contacto de otros seres humanos nos convertiría en cualquier cosa menos en eso, humanos.
Las relaciones entre individuos, en sus muchos contextos y facetas, determinan esa formación a recibir y al tiempo nos moldearán, perfilándose tras cada experiencia nuestra propia personalidad. Los vínculos de pareja no están exentos de esas normas que rigen otros tipos de uniones y también son, al tiempo, una oportunidad para seguir creciendo y aprendiendo sobre nosotros mismos, los demás o sobre la vida en general.
Así, dados los últimos siglos de revoluciones y avances tecnológicos, lejos quedan ya aquellos antiguos, represivos y obsoletos esquemas de reproducción, producción y supervivencia. Las nuevas generaciones, con el férreo apoyo de aquellos más veteranos también envueltos en ese profundo proceso de evolución social, desean y esperan de la vida en común algo más que números y porcentajes. Instituciones tan bien asentadas como la familia o las hipotecas ya no retienen a las personas en su búsqueda de bienestar y felicidad, conceptos de los cuales por fin hemos entendido su verdadero peso.
Ahora, las personas, buscamos en nuestras parejas cómplices con quienes crear y compartir experiencias vitales, satisfacer deseos y necesidades o en quienes apoyarnos e impulsarnos para continuar avanzando bajo el amparo del cariño, la ilusión y el optimismo. A sabiendas de lo que está en juego, nos hemos vuelto más exigentes y huimos de las oxidadas cadenas del pasado. El actual contrato de pareja está marcado por una reciprocidad de buenos sentimientos e intenciones y corre el riesgo de romperse cuando alguno de los miembros no resulta satisfecho con los resultados del binomio.
Habrá quien diga que los fundamentos de la pareja se han visto debilitados y que esta búsqueda egoísta e individualista torna más frágil el vínculo. Pero, dado que viene de sus elementos más básicos y fundamentales… el individuo, también podría ser que esta exigencia realmente refuerce el compromiso sincero y las ganas de construir algo en conjunto. Porque dos nunca estarán bien si uno no lo está. Así, no resulta difícil comprender que el bienestar de uno de los miembros refuerza y desemboca también en un mayor bienestar para su par.
Género, raza, color de piel, credo, nivel económico, idioma, nacionalidad… nada de todo esto supone ahora un obstáculo en las relaciones de pareja. El hecho de conjugar todas estas variables en aras de alcanzar la felicidad denota una innegable realidad que, aún con nuestras grandes diferencias, nos iguala a todos como seres humanos. Y es que ninguno de nosotros dejamos de sentir la necesidad de ser aceptados por otros o una imperiosa y genuina urgencia de amor y afecto.
En nuestra actual sociedad lejos de ser un fin, la vida en pareja se ha convertido en una aventura más de autoexploración y conocimiento a través de la cual buscamos crecer y dar respuesta a nuestros imperativos de cariño y bienestar, al tiempo que conjugamos aquellas inquietudes y anhelos más individuales con esas personas tan importantes que, con tanto acierto y por un tiempo indeterminado, han irrumpido en nuestras vidas.