Contigo no, mi amor

Contigo no, mi amor
La vida es un proceso de evolución constante que obliga, antes o después, a la caducidad de ciertos aspectos de nuestra personalidad, ésa que creemos tan inmutable. Resulta muy curioso observar como, casi por norma, exigimos estos cambios en nuestro entorno; pero, y como si nos fuera la vida en ello, nos resistimos a aquellos que afectan a nuestra misma persona. Así, la sinceridad dentro de las relaciones de pareja también es un elemento imprescindible y su ausencia puede condenarlas al fracaso.
Pero esta sinceridad nada tiene que ver, al menos en esta ocasión, con aquellos mensajes que esperamos recibir de la otra persona, aquélla en quien pusimos tanto amor y esperanza. Porque… ¿cómo entender sus verdades si no comprendemos nuestras propias mentiras?
Sucede que, en ocasiones, sentimos como esa persona tan especial se va alejando de nosotros, hasta resultar, incluso, alguien desconocido. Y esto bien podría ser así; pero también podría significar lo contrario y ser nosotros quienes no reconozcamos nuestro propio reflejo. ¿Somos realmente sinceros con nosotros mismos? No respondáis todavía.
¿Por qué? Quizá porque no somos sinceros con nosotros mismos. Tal vez, y sólo tal vez, porque nos hemos dejado llevar por la costumbre y las obligaciones y descuidamos esto o aquello otro. O porque, con el tiempo, nos conformamos con el espejismo de lo que podría haber sido y olvidamos decir todo aquello que sentíamos necesitar decir. Y esto nos pesa.
Y es que en ocasiones, que no siempre, nos olvidamos hasta de nosotros mismos y siendo esto así nada puede ir nunca bien. Si no somos sinceros con nosotros mismos difícilmente podremos disfrutar de una relación de pareja sana y ecuánime y nos enredaremos en los entresijos de la inseguridad y la desconfianza, tanto propia como ajena.
Sinceridad… En su ausencia nuestra esencia se desvanece y nos vemos incapaces de continuar avanzando, terminando por asumir y proyectar una culpa que proviene de la insatisfacción de no estar en sintonía con nuestros anhelos. Pero ésta es una culpa que en realidad no necesita tener dueño.
Cierto que en ocasiones aplicar el filtro de la sinceridad en nosotros mismos o en nuestras relaciones puede resultar incómodo e incluso doloroso en primera instancia. Pero lo que sí aceptamos, al no hacerlo, es la condena a una vida anclada en un insondable vacío. Porque, por paradójico que parezca, renunciar a la sinceridad del cambio supone la renuncia y la negación de nuestras inquietudes más básicas y, por ende, a nosotros mismos.
Pero ese dolor inicial termina por transformarse en aquella fuerza que podremos emplear tanto para decir… sí, ajustémonos y continuemos creciendo juntos, como aquél también en no pocas ocasiones necesario… contigo no, mi amor.